Hay un reloj que cuenta hacia atrás, un viaje a Amsterdam y una noticia. El reloj no se detiene, no se puede detener. El viaje es una excusa del destino o del karma o del ojo por ojo, si lo prefieres. La noticia es la de un deceso de madrugada en un callejón oscuro y húmedo con olor a orín. Ahí se acaba la locura, el descenso en barrena, la frustración convertida en odio y los deseos de decenas, acaso centenas, de personas que le odian/odiaron. Quizá a alguien se le ocurra tener, por un momento, un sentimiento de culpa. Quizá alguien sea capaz de mirar hacia dentro y descubrir agazapada a su propia bestia negra que le mira desde lo más profundo. Lo más probable es que todos se sintieran satisfechos con el desenlace.
Hay quien defiende que la vida de las personas está por encima de todo... yo digo que no está por encima de todos. Es necesario extirpar el brazo que se gangrena, o el tumor que mata lentamente. Forma parte de uno y aún así, si el objetivo es la vida, se corta. Es lícito pensar que una persona no vale más que otra, pero ¿qué nos define como personas? ¿cuándo un elemento que agrede, humilla y destruye a otro, puede dejar de considerarse persona?
Sí, las personas, los seres humanos que se respetan, que dejan vivir, que acuerdan, que no destruyen, tienen los mismos derechos. Los otros, sencillamente no.
Pienso en el agente Deckard, de Blade Runner, haciendo un test de empatía. Pienso en las preguntas, el silencio, las pupilas muertas y la eliminación de lo que parecía una persona...